17 de mayo de 2010

Juguemos a engañarnos

¿Cuántas veces escuchamos palabras que no se corresponden con los actos? ¿Cuántas veces nos escuchamos y repetimos cosas que no terminamos de creernos ni nosotros mismos? Jugamos a la gallinita ciega, ponemos vendas, las quitamos, damos vueltas en círculos tanteando lo que buscamos, creamos ideas sobre dónde están las cosas en lugar de asumir lo que ya conocemos, lo que hay, lo que sentimos e intentamos negar o lo que no sentimos y pretendemos afirmar. Hay personas que pueden influir hasta el infinito, pero hay que tener cuidado, sólo son guías, no un original que fotocopiar. Pues no, a veces no es tan fácil separarse del guía e individualizarse.

Intento visualizar, discernir y a veces es frustrante ver cómo se crean situaciones para autosatisfacerse, cómo se intenta suplir y, sobre todo, cómo los gestos son malinterpretados y guiados siempre hacia un mismo fin, una experiencia propia u otra situación reloaded. ¿Dónde quedó eso del fin en el presente, en la persona misma y no como trampolín hacia algo externo?

De un tiempo para acá, me pregunto si en cierto tipo de comunicación falla el mensaje porque (en términos primarios) el emisor ha expresado mal su mensaje o, sin embargo, porque el receptor lo ha interpretado de una manera distinta. Espero no enviar mensajes confusos y que se tomen como algo que pertenece única y exclusivamente al momento, a ese presente, sin implicaturas, que, en el fondo viene a significar: sin explicaciones.