4 de agosto de 2011

Recuerdo ese anuncio de Heineken que rescataba la frase: You are who you are when no one is looking. Y yo añadiría un: and when you shut up.

Porque los pensamientos no ocupan ese lugar en el que alguien pueda observarte. El cuerpo, muy sabio él, se empeña a veces en hacer gestos y expresiones que dejan entrever a los demás parte de lo que se te pasa por la cabecita y el corazón.

Puede que no estemos preparados para conocer los pensamientos de los demás. Si alguien se atreve a hacer un gesto (aun siendo involuntario) se le recriminará «su sinceridad» y tendrá que aguantarse sus ganas de expresarse.

Pero creo que podríamos acostumbrarnos a un mundo sin cordialidades. Sería cuestión de admitir y aceptar que ciertos pensamientos son habituales y que habría que darles menos importancia de la que les damos. Y confieso que yo ahora no estoy preparada para ello.

Esperamos la perfección de cada cual a nuestro alrededor y, por eso, en realidad no queremos saber lo que piensan. Aunque sea igual a lo que pensamos nosotros. Porque no nos aceptamos, porque nos gustan esas imágenes, ese equilibrio de la comunidad y del mundo que se sostiene en la ignorancia voluntaria.

Porque no conocemos a nuestros hermanos, ni a nuestros padres, ni a nadie. Porque nos damos miedo a nosotros mismos y por eso nos ocultamos a los demás. Porque el mundo se sostiene gracias a esa ***** de desconocimiento.

Nunca nos conoceremos como si fuéramos la otra persona. No ocurrirá. Aunque podamos acercarnos un poquitín.

Y hasta aquí que he hablado de los pensamientos. Pero si hablamos de las acciones, de lo tangible, de lo más cercano, tres cuartas de lo mismo.

Nadie verá lo que hacemos en el baño exactamente, por poner un ejemplo. Nunca nos sentiremos con alguien como si estuviéramos solos.

Nunca habrá una confianza plena.

Mystery.

28 de abril de 2011

No me andaré con rodeos, quiero hablar de la disciplina que no encuentro en las clases con sillas y mesas y sí en el deporte. Si tiramos de tópicos nos encontramos con ése inteligente y esmirriado y aquél musculitos sin cerebro. Pues no estoy yo tan segura de que sea del todo así.

Cuando estoy en clase, puedo hacer otras cosas a la vez, jugar al Angry Birds, hablar con mi compañera de al lado, escribir dibujitos en los cuadernos y hasta plantearme si hacer o no lo que acaba de decir el profesor.

         Cuando entro en mi clase de yoga, ella manda. Y no manda porque sea una asignatura troncal y nos amenace o porque quiera meternos miedo. Manda porque puede, porque tiene autoridad y, sobre todo, porque los alumnos la respetan y quieren aprender de ella. Si te encuentras con un profesor del que no quieres aprender, apaga y vámonos: adiós autoridad. Partiendo de esta base, es difícil seguir la explicación y hacer como en el instituto: sentarse al fondo y no enterarse de nada de lo que ocurre. Ahí no puedes estar por estar; puedes esforzarte menos, bajar las rótulas, doblar las piernas cuando no se debe o bajar los brazos cuando estás cansado, pero no puedes dejar de hacer el movimiento ni ignorar a la profesora. Si pisas la clase, estás dentro de la clase. Obviamente no vas a ponerte a hacer pilates mientras el resto hace yoga, como podría ocurrir en una clase de inglés en la que estás terminando tus ejercicios de francés. Además, el ejercicio en general necesita concentración y bastante esfuerzo se emplea como para distraerse haciendo veinte cosas a la vez. Siempre duele y si no duele es que no hay esfuerzo del que sacar provecho; y eso también es disciplina. Seguir ahí, haciendo unos segundos más para ir mejorando, que duela y aún más importante, mantener esa rutina. Y ver los resultados con el tiempo. Pero que nadie te los tenga que calificar, no es esforzarse para que otro esté contento, no, ni para superar ninguna prueba. Esforzarse para uno mismo, estar contento porque uno valora esa mejoría, ese mayor estiramiento, mayor concentración, mayor equilibrio, mayor fuerza, mayor resistencia o mayor fuerza de voluntad. Porque el ejercicio físico nunca es sólo físico.

Ahora puedes ver a un tío por la calle y pensar: «ése está así por el gimnasio». Pues olé por él. Porque el gimnasio también requiere un esfuerzo y para conseguir eso ha tenido que plantearse unas metas y superarlas y aunque cada uno puede hacer ejercicio con unos objetivos diferentes (salud, seguridad, desestrés o estética) no se pueden juzgar a simple vista, al igual que no puedes juzgar a alguien que gane el bote de Pasapalabra porque haya aprendido para ganar concursos o conseguir un título determinado.

El yoga en particular puede enseñarte aspectos diferentes aparte de lo físico. Esa constancia y perseverancia de la que hablaba, mayor estabilidad, conocimiento del propio cuerpo y actitudes hacia la vida (abrir el pecho como sinónimo de no hundirse o relajar ciertas zonas para no tensarse en la vida), pero cada uno encuentra lo que más pueda beneficiarle y ahí entra la experiencia personal de cada cual.

Cuando estoy en yoga tengo la sensación de trabajar cada parte del cuerpo y potenciarla al máximo. 

¿Podéis decir lo mismo de la actividad de vuestro cerebro en clase?

18 de abril de 2011

Spring is in the air!

No sé en qué momento empezó a suceder, pero está claro que la situación ha evolucionado. Siempre es un placer encontrar grupos nuevos y sentir esa sensación de afinidad con la gente y de que ese grupo jamás se deshará, porque a nadie parece molestarle nada de nadie.

Hay un momento mejor. Infinitamente mejor. El momento en el que te das cuenta (en el que me he dado cuenta) de que los lazos no se rompen. De que las miradas son más intensas y cada vez que ves un gesto sabes a qué se refiere, qué quiere, qué siente (dentro de unos límites, claro, que su cabecita sigue siendo indescifrable) y os reís de «vuestras cosas», inexplicables para el resto.

Es algo así como cuando una amiga especial y yo nos echamos una mirada y sabemos lo que estamos pensando y nos reímos y nos entendemos. Es algo así elevado a infinito. Con lagrimones incluidos de llorar de la risa.

Gracias por los momentos en los que no ocurre nada y me pasa de todo. Y en los que ocurre de todo y no nos pasa nada (malo).

¡Qué leches, en todas la situaciones, que todo refuerza y ayuda!

¡A descansar!

23 de febrero de 2011

Hola desde la uni. Me sorprendo a mí misma sabiendo que escribo en mi rato libre después de comer y que no es en clase mientras pincho en unos links y busco en bases de datos cual diccionario vulgar. Jo, vaya clases de verdad. Es genial preguntarle a la profe «oye, que nos tenemos que ir, ¿dirás algo interesante en lo que queda de clase?» y que te respondan un rotundo «no» jajajaja.

En fin, no quería hablar de cositas de la uni, me apetece escribir lo que sea, estoy contenta, estoy bien, me siento muy bien desde que he recuperado mi vida, en contraste a lo que contaba del Erasmus.

Resulta que estaba de camino en el tren y me puse a imaginar y en estas que pensé que hay gente que es mejor no encontrarse por la calle. No porque caigan mal ni nada, sino todo lo contrario. A los mejores amigos y gente que vemos con relativa frecuencia casi es mejor no encontrárselos de casualidad. Queda raro, es como…


- Oye a ver si nos tomamos algo.

- Ya, si lo hacemos todos los findes.

Luego ya se retomará la conversación normal, pero al principio, al menos a mí, me resulta rarillo. Estoy acostumbrada a pararme con quien no tengo tanta relación y veo de higos a brevas, con quien prometer un hipotético batido y preguntar por algo evidente de su vida (¿qué tal el trabajo / la universidad / la pareja…?).

Un resumen bastante escueto de situaciones que me parecen curiosas y graciosas. La entrada exprés ha terminado.
Hala, pasad un buen día y que no os coman las chinches.

14 de febrero de 2011

Discotequeos varios

Tras algunos años saliendo de fiesta por ahí de vez en cuando puedo diferenciar así grosso modo, tres tipos de fiesta.

Salir con chicos: salir con chicos suele significar salir de caza. Puede que tú estés ahí en el grupo porque eres la amiga intocable, la novia de algún amigo o porque te estén utilizando secretamente como vínculo entre el mundo de los chicos y el mundo inalcanzable de las chicas. Sea como fuere, ellos toman su copa/cerveza o no y echan miradas a todo su alrededor a ver «qué hay». Huelga decir que chicos bailando con chicos es algo bastante inusual, aunque se les puede encontrar dando saltos y disfrutando la canción mientras comparten amistad.

Su punto de vista es el de intentar entrar al grupo de susodichas de la manera más divertida, como entregando su carta de presentación de facebook con el saludo. La selección del grupo es sencilla: grupo de chicas, no demasiado eufóricas como para que pasen de ellos ni demasiado paradas como para que estén deseando irse a casa. Que estén buenas a sus ojos, o sea, cualquier joven con un cuerpecito y cara mona. O no.

El «ésa pa ti, ésa pa mí» o repartición de la jauría. Total, supongamos que después de unas horas de deliberación, consiguen su objetivo… Una charleta animada y simpaticona con las chicas de turno. Ya, ese no era su objetivo, pero al final mandan ellas ¿o no?

La vuelta a casa puede ser de sobreexcitación absoluta si se ha conseguido el objetivo mencionado o de depresión «¿qué les pasa a las chicas? ¿ya no hay amor?» en caso contrario.

Salir con chicas: en salir con chicas se incluyen amigos gays en el grupo (no offense). Ellas no buscan. Así que lo más probable es que vayáis de fiestuqui y os tiréis un tiempo x bailando las canciones del momento, ahora sí, bailándolas con tus amigas. Luego puede que a las amigas les dé por buscarle maromo a la amiga soltera del grupito, seleccionando cuál puede ser su príncipe azul de la noche y con algunas miraditas y un poco de charla puede que el trabajo esté hecho.

Esto es lo menos común. Lo más común es que la noche se desarrolle de dos maneras. Bueno, en realidad hay una tercera que por desgracia es la más habitual: chicas que se echan unos bailes y al rato se aburren y pá casa, pero es corto de explicar. Las otras dos:

1. Las chicas se vuelven eufórico-etílicas como describí en el otro tipo de fiesta, ante la mirada atónita de chicos de alrededor que sujetan su vaso. Las chicas pasan del tema, saltan, hacen el tonto o hacen juegos que se acaban de inventar. Da igual lo sexy o lo lésbico que pueda resultar el baile, no pretenden seducir a nadie.

2. Las chicas (solteras) observan las cartas de presentación de los chicos. Jiji, jaja, este me cae bien pero es un pesado y ése no me gusta pero es majo. Que las chicas estén receptivas para conocer gente tampoco significa que quieran algo, puede (¡oh, mundo cruel!) que le caigas bien. También me detendré a dividir dos tipos de chicos pesados, no sólo aplicable al mundo discotequil:

- Pesados de verdad: lo siento, es así. Eres pesado y no lo puedes evitar. No es que seas antipático ni nada por el estilo pero se palpa la desesperación en el ambiente o la poca práctica de relación con las chicas. Y eso, agobia y cansa. Asegurado. Y por favor, quien la sigue, la consigue… ¡no!

- El «qué pesado que me llama otra vez»: pues no se lo cojas. Hay chicas que dicen que un chico es pesado pero no paran de hablar con ellos por doquier. Lo dicen para curarse en el grupo de amigas (supongo, no encuentro otra explicación) pero le dan coba y no les llegan a decir «oye, no me llames». Si te han dicho esto, entonces eres un pesado de verdad. Si no, probablemente le acabarás molando a la chica, que se niega a reconocer (por algún motivo de la alineación de los planetas) que le gusta hablar contigo y conocerte o yo qué sé.

Salir con chicos y chicas: mis fiestas favoritas. Suele coincidir que en el grupo hay alguna parejita dándose mimos y echándose sus propios bailes. Tomarse copas, jiji, jaja, chistes entre amigos, cerveceo de antes y bailes de después entre chicos-chicas o chicas-chicas o incluso chicos-chicos haciendo el tontuelo. El grupo suele estar cerrado y no se suelen tener objetivos de ligoteo. El objetivo es divertirse y bailar. ¿Que te cansas? Intentas ir a otro garito, ¿que sigues cansado? Pues a casita y todos contentos.

Todo según mi experiencia, claro. Luego cada uno festejará a su manera.

15 de enero de 2011

¿Me ayudas?

No quiero olvidarme de lo que siento ahora. Sé que cuando estoy en casa, a veces siento que mi madre no se comporta como una madre, sé que a veces me puedo quejar de los oídos de mis amigas o quizás de que no he podido pasar suficiente tiempo con mi novio. Quiero recordar estos momentos siempre. Estos momentos en los que mi madre me parece la más dulce y acogedora del mundo. En los que mis hermanos son los más buenos del mundo, uno dándome calor, preocupándose y compartiendo sus cosas conmigo; el otro, siendo valiente labrándose su futuro y haciéndome reír con nuestras tonterías, con todas las cosas que descubre y le gusta enseñarme. En los que mis amigas me parecen con las que tener las charlas más divertidas y compartir todo lo femenino que tenemos. En los que mis amigos son los que más vitalidad me dan y menos me dejan quejarme. En los que mi novio me parece el chico más perfecto del mundo y daría lo que fuera por estar media hora junto a él, aunque él estuviera con gripe y yo le diera un masaje en la cabecita para intentar que se le pase, aunque yo estuviera mala y él fuera a las 7 de la mañana a buscarme infusiones al carrefour en un país extranjero y me diera mimitos mientras yo le aparto porque tengo que toser.

Aunque los dos estuviéramos enfermos, moqueando, con los ojos llorosos y fiebre e intentando adivinar el rosco de Pasapalabra.

Quiero recordar esto, que no se me olvide qué es lo que quiero en mi vida. Aunque lo tenga cada día. Aunque me siga quejando de cositas (será – casi – inevitable).
¿Me ayudas?

13 de enero de 2011

Fin del Erasmus.

¿Sabéis? Hace años me parecía imposible tener esta sensación de alegría por saber que en nada vienen unos amiguitos a verme y que en cuanto eso termine, volveré a mi pueblo con toque de ciudad de siempre. Después de dos meses más o menos intensos de conocer gente, adaptarse al nuevo sistema, apuntarse a asociaciones y deportes y aprender francés en cada ocasión permitida… Me he dado cuenta de que ya me basta con mi rutina habitual como para crear otra en un país distinto. Una rutina que ni siquiera puede tener el valor principal de la rutina, que es la estabilidad de que no se acaba a corto plazo ¿no?

Pues nada, tras haber hecho todos los intentos posibles por ver el Erasmus como una aventura de culturas y nacionalidades, llego a la conclusión de que me gusta estar en casa y que suene el teléfono (¡sí, ese que tanto odio!) para que una amiga te llame porque quiere que le cuentes qué tal estás, tomar algo en el burger y ponerte al día con sus cosas. Que quiere que vengas , no una persona cualquiera de un evento puesto en facebook para que haya el mayor bulto posible en las fotos y así parezca una verdadera fiesta.

Que no está mal, pero eso también lo tengo en mi casita… Estoy muy contenta porque sé que lo que he aprendido de estos meses es que me gusta mi vida y no necesito de una burbuja Erasmus que me haga desvanecerme de mis problemas y en la que pensar cada vez que odie mi vida. Y soy muy feliz sabiendo que la vida que quiero vivir es la de siempre, la que ya tengo y no la creada en unos meses para satisfacer mis impulsos.

Por eso sé que esto ha servido para algo. Para darle aún más valor a las cosas. Para darme cuenta de que España podrá tener menos dinero, pero la gente ni es más cazurra, ni más maleducada, ni menos elegante. Hay gente de todo tipo en todos lados, pero algo indiscutible es que, al menos Madrid, es mucho más vital.

Estas experiencias son muy subjetivas ya que cada uno busca en ellas algo diferente. Mi problema fue que me encontraba demasiado bien cuando partí a la «aventura» y eso te pone el listón muy alto.
Eso sí, me alegro muchísimo de haber aprendido ciertos valores, de haber reforzado otros tantos y de saber un poquito mejor qué es lo verdaderamente importante para mí. Y saber que no todo el mundo es tan genial como aquéllos que me rodean, así que ya que estamos, podemos agradecérselo también. Porque por ejemplo, es precioso que nieve, pero es decepcionante si no tienes de verdad con quien compartirlo.

Gracias. Pronto estoy ahí. Sin distancias, sin cuentas atrás.

Haré un último apunte final. Y es que, mis mayores aventuras no han sucedido en Francia, sino en los viajes de idas y venidas. Retrasos, gente que viaja, profesores de universidad, beberse una cerveza Leffe 9º en el aeropuerto, hacer un semi-autoestop para llegar a la frontera, no saber si se está en Bélgica o en Francia, conocer a los del tren por más retrasos… Sí, lo más aventurero de todo el Erasmus ha sido el simple hecho de viajar, no de llegar.


Primera imagen mía que subo aquí, que no se me vea demasiado, jaja.