28 de abril de 2011

No me andaré con rodeos, quiero hablar de la disciplina que no encuentro en las clases con sillas y mesas y sí en el deporte. Si tiramos de tópicos nos encontramos con ése inteligente y esmirriado y aquél musculitos sin cerebro. Pues no estoy yo tan segura de que sea del todo así.

Cuando estoy en clase, puedo hacer otras cosas a la vez, jugar al Angry Birds, hablar con mi compañera de al lado, escribir dibujitos en los cuadernos y hasta plantearme si hacer o no lo que acaba de decir el profesor.

         Cuando entro en mi clase de yoga, ella manda. Y no manda porque sea una asignatura troncal y nos amenace o porque quiera meternos miedo. Manda porque puede, porque tiene autoridad y, sobre todo, porque los alumnos la respetan y quieren aprender de ella. Si te encuentras con un profesor del que no quieres aprender, apaga y vámonos: adiós autoridad. Partiendo de esta base, es difícil seguir la explicación y hacer como en el instituto: sentarse al fondo y no enterarse de nada de lo que ocurre. Ahí no puedes estar por estar; puedes esforzarte menos, bajar las rótulas, doblar las piernas cuando no se debe o bajar los brazos cuando estás cansado, pero no puedes dejar de hacer el movimiento ni ignorar a la profesora. Si pisas la clase, estás dentro de la clase. Obviamente no vas a ponerte a hacer pilates mientras el resto hace yoga, como podría ocurrir en una clase de inglés en la que estás terminando tus ejercicios de francés. Además, el ejercicio en general necesita concentración y bastante esfuerzo se emplea como para distraerse haciendo veinte cosas a la vez. Siempre duele y si no duele es que no hay esfuerzo del que sacar provecho; y eso también es disciplina. Seguir ahí, haciendo unos segundos más para ir mejorando, que duela y aún más importante, mantener esa rutina. Y ver los resultados con el tiempo. Pero que nadie te los tenga que calificar, no es esforzarse para que otro esté contento, no, ni para superar ninguna prueba. Esforzarse para uno mismo, estar contento porque uno valora esa mejoría, ese mayor estiramiento, mayor concentración, mayor equilibrio, mayor fuerza, mayor resistencia o mayor fuerza de voluntad. Porque el ejercicio físico nunca es sólo físico.

Ahora puedes ver a un tío por la calle y pensar: «ése está así por el gimnasio». Pues olé por él. Porque el gimnasio también requiere un esfuerzo y para conseguir eso ha tenido que plantearse unas metas y superarlas y aunque cada uno puede hacer ejercicio con unos objetivos diferentes (salud, seguridad, desestrés o estética) no se pueden juzgar a simple vista, al igual que no puedes juzgar a alguien que gane el bote de Pasapalabra porque haya aprendido para ganar concursos o conseguir un título determinado.

El yoga en particular puede enseñarte aspectos diferentes aparte de lo físico. Esa constancia y perseverancia de la que hablaba, mayor estabilidad, conocimiento del propio cuerpo y actitudes hacia la vida (abrir el pecho como sinónimo de no hundirse o relajar ciertas zonas para no tensarse en la vida), pero cada uno encuentra lo que más pueda beneficiarle y ahí entra la experiencia personal de cada cual.

Cuando estoy en yoga tengo la sensación de trabajar cada parte del cuerpo y potenciarla al máximo. 

¿Podéis decir lo mismo de la actividad de vuestro cerebro en clase?

18 de abril de 2011

Spring is in the air!

No sé en qué momento empezó a suceder, pero está claro que la situación ha evolucionado. Siempre es un placer encontrar grupos nuevos y sentir esa sensación de afinidad con la gente y de que ese grupo jamás se deshará, porque a nadie parece molestarle nada de nadie.

Hay un momento mejor. Infinitamente mejor. El momento en el que te das cuenta (en el que me he dado cuenta) de que los lazos no se rompen. De que las miradas son más intensas y cada vez que ves un gesto sabes a qué se refiere, qué quiere, qué siente (dentro de unos límites, claro, que su cabecita sigue siendo indescifrable) y os reís de «vuestras cosas», inexplicables para el resto.

Es algo así como cuando una amiga especial y yo nos echamos una mirada y sabemos lo que estamos pensando y nos reímos y nos entendemos. Es algo así elevado a infinito. Con lagrimones incluidos de llorar de la risa.

Gracias por los momentos en los que no ocurre nada y me pasa de todo. Y en los que ocurre de todo y no nos pasa nada (malo).

¡Qué leches, en todas la situaciones, que todo refuerza y ayuda!

¡A descansar!