11 de febrero de 2010

Unas treinta primaveras

Podría hablar de la primavera. Con su florecer, su esplendor, su sol radiante pero tímido… Todo lo precioso ocurre en primavera. Era primavera. No recuerdo muy bien si estábamos a diciembre o a enero. Pero, ya se sabe, no todo dura eternamente y, como ocurre después de la primavera, apareció el invierno. La nieve alegraba algunos días hasta el infinito pero el frío te hacía sentir desvalijado. Nadie se puede librar de un chaparrón, ¡ni aunque lleves paraguas! Si a la nube de al lado le da por explotar, ay, la vas a seguir. Luego volvió el verano, desértico, con actividades, ocupaciones e imaginación, pero, ¿he dicho ya que desértico? Hay sed, cansancio… Aunque con algo más de energías. Hala, todo a la vez, vaya revoltijo y, encima, nostalgia del invierno, digo de la primavera. Suerte que estamos empezando y el sol aún no pega fuerte. A saber cómo se presenta el otoño. Pero, vamos a ver, ¡esto no tiene sentido! Después del verano no viene el otoño, ¡tiene que venir la primavera! Pues, no sé, supongo que el otoño se ha adelantado a febrero en lugar de a junio. Las hojas crujen y se rompen y encima llueve. Pero hay rayitos por ahí danzando, estaremos a 29 de septiembre.

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